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¿Quién teme leer a Virginia Woolf?

¿Qué factores pueden atribuirle valor y sentido a un libro o a un autor? ¿Cuántas veces nos hemos hecho esta misma pregunta, quienes recorremos el camino sin rumbo, ni señales, ni guías para adquirir el oficio y la destreza de la escritura? Una respuesta, aparentemente sencilla, afirmará que ocurre gracias a la apasionada y solidaria recomendación de un lector a otro. Nada quisiéramos más que todo ocurriera solo por ese hermosos y solidario gesto.

Su verdadero nombre, Adeline Virginia Stephen, hija de Sir Leslie Stephen, editor, novelista, historiador y crítico literario. Su madre, Julia Prinsep Jackson, nacida en la India, de una familia de intelectuales y artistas. Ambos padres viudos contraerán nupcias y formarán una familia de ocho hijos, cuatro de un primer matrimonio y cuatro de la nueva unión, entre ellos la figura espigada y frágil de Virginia.

Nos encontramos en el final de uno de los reinados de mayor duración de un monarca inglés, la reina Victoria, solo superada en tiempo por la monarca Isabel II.

Es también un periodo en el que las mujeres se dedicaban a vivir en familia y cuidar de sus hijos, la esfera social es ante todo masculina; sobre todo en el mundo de las artes, la academia y las letras. No era fácil para una mujer ser parte de un mundo literario como el que forjará Virginia Woolf. Hablamos también del periodo de industrialización y transformación de Inglaterra de una economía agraria por una industrial.

Luego de la muerte de la reina Victoria en 1901, el nuevo siglo entrará en un periodo de cambio y aunque las mujeres aun carecían del derecho al sufragio, durante la Época Victoriana, ganaron el derecho a la propiedad después del matrimonio, a través del Acta de Propiedad de las Mujeres Casadas, el derecho a divorciarse y el derecho a pelear por la custodia de sus hijos, tras separarse de sus maridos.

Virginia se educó en casa y, además, poseía recursos intelectuales para hacerlo. Sus hermanos mayores, varones, pudieron ir a la universidad, ella no. La propia Virginia escribió en su Diario, que su padre, viudo de nuevo, creía que sus hijas tenían que estar a su servicio y cuidarlo. Los hermanos se criaron en un entorno muy influenciado por la sociedad literaria, artística y política de la época, y por los libros, su casa estaba llena de ellos.

La bibliografía de Virginia Woolf se compone de 22 títulos, todos con su sello laborioso, utilizando a menudo el monólogo interior. Por ello, fue comparada con James Joyce, aunque, paradójicamente, ella subvaloraba al autor de “Ulises”, del que una vez dijo que era “sólo un obrero autodidacta”.

La representación interiorizada de la experiencia del personaje y sus acciones, son un rasgo inherente a la novela como género. Desde la fuerte introspección de los narradores autobiográficos de Daniel Defoe o las novelas epistolares de Samuel Richardson en los inicios de la novela, al característico análisis (más sutil, pero durísimo) de la emotividad y moralidad de los personajes de Austen, Elliott o Dostoievski en la novela clásica del siglo XIX. Sin embargo, con el cambio de siglo, la novela se va desplazando cada vez más a representar la experiencia íntima, subjetiva y el solipsismo que brota de la conciencia de los personajes.

Los textos de Virginia Woolf tienen como eje conductor a la mujer y su condición intima, su sexualidad y sensualidad. En 1925 publica La señora Dalloway, el relato de un día en la vida de Clarissa Dalloway, una mujer de la alta sociedad. Junto a la historia en sí, la escritora refleja la condición de la mujer y la represión que sufría en la época, retratando la sociedad del momento.

Luego de la muerte de su madre y la posterior muerte de su padre y de algunos de sus hermanos, Virginia comienza a vivir cuadros depresivos; posiblemente por esta razón sus hermanos venden el número 22 de Hyde Park Gate para comprar una casa en el número 46 de Gordon Square en Bloomsbury; el mismo que se convertirá en centro de reunión literaria para intelectuales de la talla del escritor E. M. Forster, el economista J. M. Keynes y los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, quienes serán conocidos como el grupo o círculo de Bloomsbury. Allí también conocerá a Leonard Woolf con quien contraerá nupcias, en 1912.

Para la década del 20 la autora de Orlando conoce a la escritora Vita Sackville-West, con quien mantendrá una relación sentimental primero y de amistad después, ambas les darán continuidad a sus respectivos matrimonios. Woolf se inspiró en Sackville-West para escribir en 1928 su novela Orlando. En ella, Virginia Woolf habla de temas de los que no se hablaba en aquella época: la sexualidad de la mujer y el ser homosexual, temas livianos para nuestra época, pero marginales y despreciables para el conservadurismo post victoriano de su tiempo.

En el libro Wolf creó el personaje de Orlando, quien desde su nacimiento como niño va haciendo un viaje vital a través de épocas y lugares que incluye la transformación de hombre a mujer. Aquí también hay un tema crucial y contemporáneo para los lectores de Woolf, el concepto de identidad, de género, de diversidad. El de la posibilidad de ser quienes queremos ser y no del molde social preestablecido. El hijo de Vita Sackville-West dirá posteriormente del libro que era “la carta de amor más larga y encantadora en la historia de la literatura”.

A partir de 1928, Virginia Woolf imparte distintas conferencias en las universidades femeninas de Cambridge. En estas conferencias aborda el espacio (tanto literal como ficticio) que las mujeres ocupan en el mundo de la literatura. A parte de la ironía, la emoción y la inteligencia, la mujer escritora requiere de una habitación propia. Igualmente expresó:

“El hombre tiene libre la mano para empuñar la espada, la mujer debe usarla para retener las sedas sobre sus hombros. El hombre mira el mundo de frente como si fuera hecho para su uso particular y arreglado a sus gustos. La mujer lo mira de reojo, llena de sutileza, llena de cavilaciones tal vez. Si hubieran usado trajes iguales, no es imposible que su punto de vista hubiera sido igual.”

Su aparición entre el mundo hispano fue tardía, solo un joven bibliotecario de Buenos Aires decidido a tocar y leer lo mejor de la literatura universal, se atrevió a traducir su primera obra a la lengua castellana en 1937; aquel que también se sentía marginal, anunciaba, por la misma época, que su tradición no era la literatura nacional, sino la literatura de todo el mundo, ni más ni menos. “El patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones”, dijo asimismo Jorge Luis Borges, una afirmación que Woolf también hubiera suscripto. La

traducción de Borges ha sido sin duda una flor de loto en medio del fango de la censura y la prohibición.

Así fue como la autora de Al Faro, Orlando, La señora Dalloway y Tres Guineas, y sus abundantes textos epistolarios, cuentos y ensayos ha empezado a llenar los anaqueles del mercado hispano de los libros, con la carga de ser una de las escritoras de mayor valor del siglo XX. La obra de teatro y filme con el nombre “¿Quién le teme a Virginia Woolf?, también ha hecho que para estos tiempos la figura de la escritora británica sea un mito y un símbolo de feminismo y el pensamiento emancipador del amor lejos y distante de los convencionalismos victorianos.

Nora Catelli, escritora, crítica y ensayista argentina, licenciada en Letras en la Universidad Nacional de Rosario y Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, expresa de la obra literaria de Virginia Woolf: “Virginia Woolf es alguien que no retrocede ante ningún peligro y no distingue entre escritura e intimidad. Al contrario, desafía la intimidad en la escritura, a la que concibe siempre, en sus cartas y diarios, como un arrojarse al espacio de los otros, tanto ante el de los lectores como al de la sociabilidad familiar, casi tan exigente y feroz, en su caso, como la del campo literario.”

La mañana del 28 de marzo de 1941, Woolf que por esa época ya había adoptado el apellido de su marido, escribió su última carta de amor, agradeciéndole por los hermosos años compartidos. En ella la novelista anuncia su intención de acabar con su penosa vida. Ese día caminó por los contornos de su jardín, donde se preparaba para luego internarse en la pequeña casa rodeada de naturaleza, que le servía de refugio, de inspiración; pero aquel día no entró al pequeño estudio, sino que caminó hasta el Río Ouse, que por cierto no quedaba cerca. Ese trayecto le dio la posibilidad de cavilar su decisión y acompañada de sus pasos, se inclinó por la senda para recoger piedras y llenar los bolsillos de su abrigo para que el peso le impida salir a flote.

¡Es tiempo de leer y no temerle a Virginia Woolf!

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