Marzo 13 de 2022
Cuarentena proviene del latín quadraginta que quiere decir cuatro veces diez. Esta cuarentena, por su parte, se ha multiplicado por tal número de veces que ya perdí la cuenta de los días que llevo confinado.
¿Puede un diario ser retrospectivo? No lo creo, pero ¿a quién le importan en este punto las reglas? Un hecho se relata después de transcurrido, sea un día o cien días después; siempre se acude a la memoria y la memoria, bueno, todos sabemos que es como un censor: corta pasajes, agrega escenas, sobredimensiona emociones y relega a la trastienda del inconsciente a los personajes menos agraciados.
Al principio, la alacena llena y cientos de libros sin leer como abastecimiento, me bastaron para no extrañar el caos de la vida urbana, las emanaciones del transporte público y toda la variedad de rutinas tristes y tediosas que nos ha legado la maravillosa conquista del capitalismo a los seres civilizados de hoy. Sin embargo, cuando la casa se quedó sola, el silencio comenzó a pesar como un cerumen ensordecedor, anunciando una especie de apocalipsis a pequeña escala.
Octubre 31 de 2020
La primera ausencia que noté fue la de Virginia que, incluso antes de la pandemia, tenía una presencia fantasmal: se la veía raramente y parecía rehuir todo trato. Nunca estaba en la casa.
Con el paso de los días, conminada al encierro, blanca como una almendra confitada, empezó a palidecer. En su encierro de monja de clausura, que sólo rompía para devorar las provisiones, fue perdiendo el color con el que el sol del trópico la repasaba todos los días, hasta que uno de tantos—todos son iguales—me pareció verla hecha como de papel de arroz, transparentándose hasta desaparecer.
En algún momento entre abril y mayo de 2021
La ausencia del ruidoso Valdemar, más que notarla, la agradecí. No es fácil compartir una casa con extraños y más cuando uno de ellos se dedica al deporte olímpico de seducir mujeres jóvenes y desecharlas después de la primera cópula. Despreciable, con la piel siempre supurando un sudor espeso de fruta oxidada, comenzó a reemplazar el sexo por pláticas insulsas que ninguno de los inquilinos podíamos tolerar por más de diez minutos. Estoy seguro que, por eso, Virginia reforzó su autoexilio. Yo comencé a hacer lo mismo.
Un día, sin embargo, dejé de escuchar su molesta voz. Noté que de su cuarto salía un olor a quemado y, después de inspeccionar—siempre dejaba la puerta entornada— descubrí una figura como bordada con soplete, un cráter con forma humana, que pasaba de las sábanas arrugadas al colchón lleno de ácaros chamuscados. Probablemente, despareció por combustión espontánea.
Diciembre 31 de 2021
¡Año Nuevo! Solo quedábamos en la casa Verania, la vieja propietaria, y yo. Era melancólica como un bolero cursi y arrugada como si viviera en remojo en un tarro de agua estancada; me atormentaba fumando un cigarrillo que nunca se apagaba y, aún más, declamando poesías que escribía y que publicaba en una revista local de baja circulación. La última vez que la vi, me leyó—con gran afectación—un poema, que era algo así:
Tantas soledades juntas,
¡Qué bellas se ven!
Como un jardín de plantas artificiales
alumbradas por luces de neón.
Tantas soledades juntas,
absurdas como una colonia de pingüinos
que se extinguen contemplando el mar.
Tantas soledades juntas,
como una procesión silenciosa
en medio de una noche donde
nadie se ve, ni se siente.
Después de terminar de recitar, sacó un habano de una cajita —evolucionaba de cigarrillo a puro la maldita vieja—como quien saquea un tesoro. Se dirigió al balcón de la casa y, de pronto, el viento arrastró una nube de humo que se esparció por todos los rincones. Cuando comencé a reclamarle, una niebla de tabaco me asfixió de golpe. Para mi sorpresa, la vieja se esfumó junto con su poesía.
Marzo 31 de 2022
Al principio odiaba el ruido, incluso la sola presencia de alguno de los otros inquilinos o de la casera—advirtiendo su existencia con un resoplido o una simple tosecita—me ponía de mal humor. Ahora me mortifica el silencio y, especialmente, la idea de tener que explicar a dónde se fueron todos. Por fortuna, siempre estará la excusa del mal que acecha afuera, que consume vidas y que nos tiene contando cuatro veces diez cada cuarenta días, una y otra vez.