Abogado y diplomático colombiano. Descendiente de los generales Pedro Napoleón y Toribio Rivera hermanos de su padre. Desde sus primeros años de vida se destacó por sus habilidades en la escritura y las matemáticas.
Cultivó el estilo libre en la poesía y una prosa gráfica y ampulosa. “Sus poemas están impregnados de las dos corrientes que a principios de siglo se confundían en Colombia: el romanticismo y el modernismo. Rivera, en medio de las dos corrientes, romántica y modernista, sin ser de los Centenaristas, pero tampoco de los Nuevos, logró en un estilo muy personal, aproximarse de manera original a un tema frecuente en la poesía colombiana: su geografía física. En su aproximación al paisaje, Rivera no sólo trató de subjetivizar la naturaleza, sino de hacerse uno con ella.” (Enciclopedia Banrepcultural, José Eustasio Rivera.)
En 1912 ingresó en la facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Colombia graduándose en 1917. Trabajó como empleado del Ministerio de Gobierno. En 1922 fue designado como secretario de la comisión limítrofe colombo venezolana. El mismo año comienza a escribir La Vorágine. Estas actividades de carácter diplomático le permitieron conocer Los Llanos del país y también la selva tropical, experiencias decisivas para su breve e intensa obra literaria.
Con anterioridad a La Vorágine había recopilado, de una colección de más de trescientos sonetos, escritos desde su infancia, la obra Tierra de Promisión (1921), colección estructurada en tres partes, dedicadas a la selva, las cumbres y los llanos respectivamente, y en la que son evidentes elementos modernista. De su poesía el propio Rivera escribió: “Quizá mi fuente de poesía estaba en el secreto de los bosques intactos, en la caricia de las auras, en el idioma desconocido de las cosas”.
Con la Vorágine logra liberar la novela nacional de los convencionalismos regionales locales y detalles propio del costumbrismo y del romanticismo. Publicada en 1924, luego de dos años de escritura y seis meses de correcciones. La novela se sirve de un narrador Arturo Cova, quien huye con su amante a Los Llanos y luego a la selva, y un entorno sociopolítico, la incipiente y raquítica presencia del Estado colombiano en sus fronteras. Con esos dos hilos argumentales, la huida de la pareja y la ausencia total de la presencia del Estado entre sus fronteras surge la crítica de las condiciones de vida de quienes son explotados por la soberbia, la instrumentalización humana y el genocidio indígena, en nombre de la leche de los árboles, el caucho y la sangre de los hombre.
No es la selva, en el relato de Rivera un telón de fondo sino un ente, un monstruo capaz de devorar todo lo que en ella es civilización, diálogo, acuerdo y domesticación.
A la novela le sobreviven un legado histórico con el nombre de Julio Cesar Arana, empresario peruano responsable de la explotación del material y del sometimiento y la masacre indígena.
La Casa Arana, construcción que todavía le sobrevive, fue testigo de los más bajos métodos de explotación similares a los que el Rey Leopoldo de Bélgica impusiera por aquel periodo en la República del Congo, territorio de África anexados por el autócrata belga y del que dejará un legado de sangre, barbarie y muerte.
Nos queda como testimonio de aquellas atrocidades, registros gráficos, igualmente por la explotación de caucho, las cientos de víctimas del Congo con, sus manos amputadas por orden del monarca belga.
Rivera el humanista, el político intento no solo dejar en su literatura un testimonio de aquella explotación, viajó a los Estados Unidos intentando negociar un filme para su novela pero los intereses y la visión norteamericana le negaron aquella posibilidad. En 1926 empezó a escribir una segunda novela, La mancha negra, perdida después en Nueva York donde el escritor falleció en 1928, para muchos, en extrañas circunstancias.
“Su cuerpo embalsamado recorrió sin descanso, durante un mes y nueve días, distintos lugares: primero en la Sixaloa de la United Fruit Company, luego en el vapor-correo Carbonell González, por el río Magdalena, y al final por el ferrocarril central, recibiendo en cada puerto y en cada pueblo los homenajes que nunca recibiera en vida. Sus restos se encuentran en el Cementerio Central de Bogotá, donde fue enterrado el 9 de enero de 1929.” (Enciclopedia Banco de la Republica)
Luego de la muerte del escritor y diplomático el gobierno colombiano logro, primero a través de las armas y posteriormente mediante acuerdo diplomático, fijar y establecer sus fronteras en el Putumayo y en Leticia con la Republica del Perú. Todo por la entereza de un abogado escritor que supo que el país inicia y termina allí donde la ley protege y salvaguarda el bienestar de sus habitantes y donde están establecidas y protegidas sus fronteras.
La obra de Rivera sobre la selva y su naturaleza continua como testimonio vigente y moderno de un mundo que de amenazador paso a hacer el más vulnerable y frágil del planeta, la selva tropical.
Recientemente, un equipo periodístico de un canal privado colombiano, viajo al Putumayo a reconstruir con testimonios indígenas, las atrocidades producidas por la fiebre del caucho, motivada por la ambición de un comerciante cauchero de nombre Julio Cesar Arana.
Los 95 añas de vida de la Vorágine y sus dos versiones para la televisión, además de las piezas musicales inspirados por la obra literaria, hacen de la obra y de su autor, un auténtico y perenne clásico para la literatura hispanoamericana.
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