Desde lo profundo de nuestro corazón hubiésemos querido hacer este escrito en vida al maestro Jaime Jaramillo Escobar, pero la muerte echó travesía y se nos adelantó. Nosotros, sus amigos de la Biblioteca teníamos preparado presentar este perfil, este pequeño homenaje a este gran ser que formó su criterio literario desde la lectura y la interpretación profunda de leer a otros como él. Nos consuela saber que vivirán en nosotros sus palabras y su agudas y punzantes reflexiones del oficio escritural. Una vida entera de agradecimientos al pedagogo, al ilustrado; a quien no por la edad sino por sus méritos merecerá ser siempre recordado como maestro.
Nació en Pueblorrico departamento de Antioquia en [1932] bajo el signo de Géminis. Es probable que una cigüeña maguarí, tuyango, tabuyayá, pillo o gabán, de esas que migran por la américa del sur, surcando sus pechos blancos sobre el amarilloso rio Cauca fuese la responsable. Los pueblos del Suroeste Antioqueño son andinos, pero a veces se ponen calientes por su cercanía al cañón del Cauca. Fue el mayor de seis de los hijos de Amalia Escobar y Enrique Jaramillo, un maestro de escuela y una señora ama de casa de Urrao. Gracias al oficio de su padre antes de iniciar el bachillerato ya había leído, en la biblioteca de la escuela de su padre y entre los libros de su madre, toda la buena poesía y narrativa de entonces.
Hizo la primaria en una aldea llamada Altamira y luego el bachillerato en Andes, en el Liceo Juan de Dios Uribe, alejado de su familia que había regresado a Urrao, donde se llegaba tomando primero caballos hasta el río Cauca, luego un tren hasta Bolombolo y a continuación un bus escalera por una carretera estrecha y escarpada, que se hacía inmensa cuando se aproximaba al hermoso valle del Penderisco.
En Andes conoció a Gonzalo Arango, aquel rebelde iconoclasta que escandalizó la sociedad de su tiempo. Jaime Jaramillo Escobar leyó todos los libros que había en el colegio, porque como no podía ir a su pueblo durante las vacaciones, el rector del liceo le dejaba la llave del plantel y en compañía de un celador cuidaban del lugar. Con tan mala suerte, que antes de terminar el bachillerato le cancelaron la matrícula, teniendo que aceptar el cargo de secretario de la Inspección de policía de Altamira, que la guerrilla liberal quiso quemar pero que un aguacero repentino impidió el asalto y el poeta en ciernes tuvo que irse a Medellín, junto a su familia, como tanto otros de los miles de desplazados y desterrados de la violencia colombiana.
Ese pequeño lector se fue convirtiendo con el tiempo en un tremendo poeta, autor de libros tan importantes para la literatura como el libro: ‘Poemas de la ofensa’ (1968), pero también ‘Sombrero de ahogado’ (1983), ‘Poemas de tierra caliente’ (1985) y ‘Poesía de uso’ (2014). También son recordados de él ese par de tomos en los que “enseñaba” a crear poesía: ‘Método fácil y rápido para ser poeta’, el primer tomo publicado en 1999 y el segundo en 2011.
Según cuenta un perfil de Oscar Domínguez, que, estando muy joven, no sabemos si en Altamira, o Andes, comenzó a leer los suplementos literarios de los periódicos colombianos. No es que en su familia leyeran mucho la prensa, sino que en las tiendas de abarrotes usaban el periódico viejo para envolver los artículos y él solía pedirle al encargado que le vendiera la sección cultural.
Para 1953 el poeta estaba trabajando como técnico de las viejas computadoras IBM en la alcaldía de Bogotá y aburrido del frío capitalino se mudó a Cali, donde Gonzalo Arango fue a dar con sus huesos huyendo de los enemigos de Rojas Pinilla. Arango, que viajaba en ese entonces con Amílcar Osorio, le propuso crear el Nadaísmo, movimiento en el cual militó más como figura enigmática que como “compañero de viaje”.
Luego de la visita de Gonzalo Arango, se enteró de que éste había comenzado a sacudir los cimientos de la sociedad antioqueña con su movimiento renovador. Era un grupo de jóvenes que se oponían al ambiente cultural de la burguesía y a las imposiciones de la academia, la Iglesia católica y otras instituciones de la tradición colombiana.
No buscaban cambiar la sociedad en sí, sino rebelarse contra las tradiciones. Según el manifiesto publicado en 1958, su objetivo era “no dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio”. Esas ideas las acompañaban con acciones incendiarias y escandalosas para la sociedad de la época: una quema de libros clásicos de la literatura colombiana o un sabotaje del Congreso de Intelectuales Católicos.
En Cali Jaramillo Escobar escribió tres de sus principales libros. “Me fui para Cali por curiosidad, porque a mí siempre me ha atraído Cali –dijo a Luis Fernando Macías-. El destino preferido de los antioqueños era el Valle del Cauca. Todo el mundo se iba para Cali, porque allá dizque estaba el diablo”. Luego viviría por tres años en Barranquilla, trabajando al lado de Plinio Apuleyo Mendoza.
Los setentas los pasó en Bogotá de nuevo en una agencia de publicidad de la cual fue socio con Gabriel Urrea Gómez: O.P.Institucional Ltda, [1970-1982]. Quebrada la empresa el poeta se fue a vivir con su pobreza de nuevo a Cali hasta que Darío Jaramillo Agudelo director del área cultural del Banco de la República lo invitó, en 1985, a hacer un taller de poesía en la Biblioteca Piloto de Medellín. El Banco desarrollaba en Medellín parte de su actividad cultural apoyando a la Piloto en talleres de literatura, pintura y música, hasta que el área Cultural se centralizó en Bogotá. Luego sería la Alcandía de Medellín la que financiaría al maestro y al taller.
Comenzó a dirigir en la Biblioteca Pública Piloto el Taller de Poesía y Creación Literaria –el cual dirigió, todos los sábados, durante 35 años–. Jaramillo Agudelo logró convertir este espacio en un verdadero encuentro para la tertulia, donde los gomosos de la poesía y otras formas literarias –de manera sencilla y cálida, pero a la vez profunda y didáctica– escuchaban a su maestro.
En la Piloto vivió el resto de sus días acompañado de jóvenes inquietos por la literatura en un taller singular donde el maestro se brindaba en todo su saber y donde su voz lograba eclipsar los lugares comunes de enseña a ser poeta, si tal entelequia era posible. La verdad era el escenario más rico y prolífico de conocimientos en literatura.
El poeta vallecaucano Harold Alvarado Tenorio expresa de la obra de Jaramillo Escobar: “concibió y redactó los cuarenta y cuatro desencantados textos de los poemas de la ofensa [1968] a la manera de los versículos bíblicos, con un tono exuberante, rico y sentencioso, tiznado de ironía y quizás como exorcismo a los cotidianos apocalipsis que vivíamos entre el fango de clericalismos y leguleyadas restauradas por el Frente Nacional, cuando cada mañana cientos de hombres y mujeres campesinas eran acuchillados y mutilados, entregados a sus dolientes con sus sexos en las bocas y los vientres abiertos.”
Juan Gustavo Cobo Borda expresará de la obra de X-504 “Este hombre ordenado y tímido, ha escrito, surgido en medio del apocalipsis Nadaísta, se ha convertido así, paradoja última, en el autor de una obra que sin renegar del Nadaísmo lo prosigue a un más alto nivel y a la vez más profundo: el de la auténtica poesía”.
Los poemas de la ofensa fueron publicados bajo el seudónimo X-504, que, según palabras de Jaime Jaramillo representaba a “una res marcada”; y correspondía, en primer lugar, a una X que se pregunta o interroga por “¿quién soy?”, y segundo, a los tres primeros números de su vieja cédula –sacada en Medellín el último día de enero de 1955–. Seudónimo que abandonó, según Jaime, para enfrentar el miedo que le producía el hecho de ser un funcionario público señalado por ser poeta crítico y, además, para “hacerse responsable de lo que decía”, pues pensaba que los escritores deberían ser francos y directos.
Finalicemos con uno de los tantos aforismo del poeta de la tierra caliente X-504 , el mismo que le cantó a las negras y a las propiedades afrodisiacas del tamarindo.
“Uno en la vida tiene que reírse de todo, empezando por uno mismo. Quienes rechazan el humor en la literatura lo excluyen de su vida: son los adustos, amargados, solemnes y aburridos. En el humorismo hay un convencimiento tácito de que nada es verdad y nada es serio. Diversos animales muestran capacidad de juego y burla, principio de humor. Los dioses también. Desde El Satiricón, la crítica social, para ser efectiva, requiere del humor. Desde que la poesía bajó del tono retórico al estilo conversacional, el humor de buena ley la preserva de caer en lo tedioso. No se trata del chiste y el chascarrillo ni de la invectiva malévola, sino del humor que rebaja el impulso apasionado y provoca la sabia e indulgente sonrisa.”
Para El Magazín Cultural del Espectador.
Anatomía de un poeta: Jaime Jaramillo Escobar – X 504
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