A Horacio Gil Ochoa lo conocimos, por muchos años, en la Biblioteca Pública Piloto; solía venir con frecuencia a visitar su fondo fotográfico, ya retirado del oficio por los años acumulados. Entraba a la Biblioteca saludando a todos con su cabello relamido al estilo gardeliano y un caminar alegre. Conservaba un mostacho que con naturalidad estaba teñido de canas igual que su cabello. Dos cosas amaba con pasión: su bicicleta y su cámara fotográfica; aunque estos dos placeres no competían con la devoción que sentía por su esposa, un hijo y dos nietos que vivían fuera del país.
Nació en 1930 en Barbosa, Antioquia… en pleno Valle del Aburrá. Realizó estudios de contabilidad, desempeñándose como auxiliar contable en Empresas Públicas de Medellín. Siendo muy joven se aficionó al ciclismo, que desde 1951, con la primera vuelta a Colombia, escuchaba con pasión por la radio. Con su oído puesto en el transistor escuchó al costarricense Carlos Arturo Rueda; una voz caribeña que luego de un corto viaje por Venezuela se incorporó a nuestra radio y dejo una escuela de narradores y comentaristas, quienes amenizaban con su voz la competencia por las ondas hercianas, haciendo sentir y vivir la carrera sin estar físicamente en ella.
Luego como reportero gráfico, en alguna de las vueltas a Colombia y terciándose su equipo fotográfico, se bajaba de su vehículo a tomar tinto o almorzar en cualquier fonda, a la orilla de la carretera, en compañía de todos esos gigantes de la radio como el argentino Julio Arrastía Bricca, un bacán que se vino para Colombia para no volver a dejarla, a quien apodaban La Biblia del Ciclismo y quien con el paso de los años reconocerán los aficionados por amor y cariño como El Viejo Macanudo. Fueron también colegas del oficio y de la radio Alberto Piedrahita Pacheco y Edgar Perea, con quien se encontró en diversas competencias nacionales e internacionales.
Todavía sin estar metido en la pomada noticiosa y deportiva, se aparecía en diversas competencias ciclísticas, como cuando acompañaba la representación paisa en los campeonatos nacionales. Por su notoriedad y frecuencia fue nombrado secretario en La Liga de Ciclismo de Antioquia. El mundo de la fotografía le llegó vendiendo materiales fotográficos en la plazuela Uribe Uribe, donde intercambiaba ideas con otros fotógrafos, hasta que decidió comprar su propio equipo y retratar amoríos fugaces entre los asistentes a un grill ubicado por entonces entre Maracaibo y La Oriental; posteriormente pasaba por las oficinas de aquellos fugaces amantes a venderles el recuerdo, como lo relató para un medio universitario de Medellín.
Su relación con el reporterismo deportivo vino cuando quien le hacia las impresiones, le dijo que sí él estaba presente en esos eventos y con un mejor equipo podía realizar los registros para la propia publicación y otros medios; además, empezó a hacer presencia en otros eventos deportivos como el fútbol profesional. Tomaba sus impresiones, hacia algunas anotaciones en una hoja, revelaba el negativo, muchas veces usando un escaparate como cuarto oscuro, mientras su esposa le sostenía la puerta del escaparate para que no se filtrará la luz. En algunas ocasiones los enviaba con un contacto del negativo para un medio en Bogotá, Manizales y Cali. En muchas otras, para los medios de la ciudad de Medellín.
La experiencia y la camaradería hicieron del aprendiz un maestro, durante cuarenta años Horacio Gil Ochoa se convertiría en uno del más destacados foto reporteros del país, editando su propio medio y dejando para la memoria una gran estela de imágenes que ya son parte del pasado y de la memoria de la ciudad, la región y el país. Las imágenes de Horacio estaban llenas de vida, el cansancio y sacrificio en los rostros de los competidores o la caída sensacional del ciclista ante la inoportuna y necia incursión en la vía de un niño en plena competencia; el suceso lo reconstruirá el medio Universo Centro en el siguiente extracto:
“…en 1969, Gil Ochoa capturó la naturaleza más trágica del ciclismo: un accidente. Durante un circuito dominical por el barrio Laureles en Medellín, un niño salió entre los curiosos que observaban y terminó chocándose de frente con el corredor Jairo González. El descuido del infante propició no solo La Caída, como se titula esta foto que se conserva en el Archivo Fotográfico de la Biblioteca Pública Piloto, sino la pérdida de dos dientes del ciclista, que en la imagen se ven volar cerca del mentón. El fotógrafo cuenta, entre preocupación y orgullo, que se alegró del incidente, no porque le gustaran los ciclistas caídos —aclara con firmeza—, sino porque supo que sería una buena foto. El éxito de la imagen fue tal que al otro día alcanzó primera plana en los periódicos locales, y luego llegaría a exposiciones deportivas en otros lugares del país y del mundo.”
Durante cuarenta años de trayectoria, el hombre de la cámara y la bicicleta cubrió con su lente varias de las ediciones de La Vuelta a Colombia y Clásicos RCN, además de numerosos eventos internacionales como La Vuelta a México, Guatemala, Táchira, Tour del’Avenir, Premio Guillermo Tell, La Dauphiné Liberé y varios de los campeonatos mundiales de ciclismo. Sus casas periodísticas fueron medios como: El Colombiano, El Tiempo, Occidente, El Periódico, Deporte Gráfico, Nuevo Estadio, Vea Deportes, El Correo y la Revista Mundo Ciclístico.
Algunos servidores en la Biblioteca Pública Piloto aun recordamos la entrada en bicicleta que realizó Horacio al Auditorio de la Piloto, el día que se realizó la presentación de su libro: “Mi bicicleta, mi cámara y yo”. También fuimos sorprendidos, años después, cuando Horacio apareció en algunos medios audiovisuales celebrando su cumpleaños 80 montado en una bicicleta en ruta a un municipio cercano en compañía de sus dos nietos adultos.
No lo podremos calificar solo como un reportero gráfico deportivo, en su trabajo se puede apreciar el desarrollo industrial como Coltejer en el ámbito textil, pero también en la metalurgia con empresas como Simesa y Apolo, además por los almacenes que venían a instalarse en los alrededores del centro de Medellín como lo fueron Almacenes Ley, Primavera, El Kilo, Croydon, ABC, Mora Hermanos y Mil Variedades. La música también fue tema de su preferencia, artistas nacionales y extranjeros que vinieron de paso por la ciudad a grabar con las disqueras antioqueñas Fuentes y Codiscos, y a hacer conciertos en los diferentes teatros de la ciudad, quedaron registrados en su lente.
En 1971 acude con su equipo y registra el Festival de Ancón dejando para la memoria un registro de imágenes de la juventud y de los comportamientos contraculturales que allí se vivieron: el consumo de psicotrópicos, hongos y ácidos; las nuevas concepciones del amor libertario y la desnudez, todos elementos que desafiaron a una sociedad aún conservadora.
Si alguien ha entrado o piensa entrar a la sede de la Federación Colombiana de Ciclismo en Bogotá, podrá encontrar entre sus paredes las figuras que han hecho grande este deporte en Colombia. Una galería de nombres de la talla de: Fabio Parra, Lucho Herrera, Rafael Antonio Niño y hasta el francés José Beyaert. Con estas palabras la Federación Colombiana de Ciclismo despidió y rindió homenaje al fotógrafo de los ciclistas y a las imágenes que decoran su sede:
“Esas imágenes de remembranza e incalculable valor histórico son de autoría del maestro Horacio Gil Ochoa, quien falleció el pasado martes en Medellín. El famoso reportero gráfico del ciclismo en las décadas del 70, 80 y 90, así como una buena parte del nuevo milenio, dejó su eterno legado a los 88 años de edad”.
El tiempo le alcanzo a Horacio para hacer un segundo libro, se trata de una biografía para su eterno amigo del alma, el primer campeón mundial que tuvo nuestro país, Martín Emilio Cochise Rodríguez, al ganar en Varese Italia los 4.000 metros persecución individual, el libro lo intitulo: “Cochise, Campeón de la bicicleta y de la vida”.
Horacio Gil Ochoa es parte de una época en que necesitábamos memorias para sentir que había patria e imágenes para saber que poseemos con orgullo un pasado. Gloria a Horacio y a todos los que han hecho del ciclismo un emblema, un estandarte del deporte nacional.
… y todavía sigo montando en bicicleta, para que cuando la muerte llegue me encuentre en forma.
Horacio Gil Ochoa.
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