Hace unos días, en medio de mis rutinas matutinas, miraba por la ventana y me preguntaba por mi vecino. ¿Qué habrá sido de su vida y de sus hojas? ¿Será que alguien si estará disfrutando de sus historias o estará olvidado en un cajón? No, no, no… solo de pensarlo se me estremecen las letras, porque su ausencia no ha sido fácil para mí.
Verán, en la biblioteca vivimos muchos libros, y todos somos muy diferentes entre sí. Pero mi vecino era especial y a su vez tenía un modo de ver el mundo sin igual, siempre tenía las palabras correctas para cualquier situación, era buen compañero de estantería y nos disfrutábamos ver el alba con los primeros rayos del sol, porque era cuando el silencio total pasaba a una alegría de hojas estirándose, lomos gastados de sabiduría y otros más jóvenes acomodándose entre sí, porque quizá hoy tendrían suerte y se irían a una nueva aventura.
Mi vecino y yo nos acompañamos más de 50 años, vimos crecer a una generación, incluso presenciamos las remodelaciones de la biblioteca, donde solo se veían libros por allá y por acá. Vivíamos enamorados de la bibliotecaria que venía a saludarnos y en las tardes, mientras revisaba que todos estuviéramos en orden, nos deleitaba con su dulce voz cantando alguna melodía de un tango.
Fueron buenos tiempos. Recuerdo que nos disfrutábamos con la programación de cortometrajes y largometrajes que presentaban en la Sala Audiovisual, no nos la perdíamos, siempre esperábamos hasta la última película para luego irnos a dormir. Apreciábamos el silencio, cuando las luces se apagaban en las noches y quedaba en total oscuridad la Sala General, la sensación era única… hasta que escuchábamos levantarse a los libros de la Sala Infantil a jugar y cantar rondas, no sabíamos de dónde sacaban energía, era como si la pila no se les apagara. Muchas veces nos tocó llamar al portero para que nos colaborara, y por supuesto, éramos mi vecino y yo quiénes nos quejábamos.
Luego presenciábamos como la noche se tornaba en alba, como el sol salía en reemplazo de la luna y los pasillos vacíos y silenciosos, se tornaban más cálidos con la llegada los usuarios que iban ocupando cada uno de los espacios de este mágico lugar. Afuera, los pájaros nos despertaban con sus trinos y cantos. Tras la mañana llegaba la tarde y entre los cálidos dedos de bibliotecarios, referencistas, promotores, alfabetizadores, visitantes, usuarios, investigadores, estudiantes y profesores, nuestros compañeros de estantería se iban por algunos días e incluso meses, para ser compañeros de viaje en historias inspiradoras, siempre con la fe de su regreso.
Honestamente, no sé si pueda seguir escribiendo estas líneas, me pesa la nostalgia y los recuerdos de las historias. ¿Cómo puede ser que un objeto con hojas y letras a tinta impresa pueda doler tanto en su ausencia? Es que no han sido 21 días, ni siquiera la renovación de su préstamo. Algo me olía mal desde el momento en que iban más de 4 meses y no regresaba. En los pasillos se escuchaban rumores de que no volvería más, que una cantidad de libros estaban muy tranquilos en las calles, pero yo sabía que mi vecino no era así, nunca podría abandonar la casa que nos vio crecer y envejecer. Los otros libros empezaban a notar mi tristeza y ansiedad por no saber de él. Era inevitable.
Un día, escuchamos que todos los bibliotecarios estarían en una ardua misión por revisar y hacer inventario de los libros ausentes de las estanterías. Me dio una punzada en el estómago, porque eso significaba que vendrían a interrogarme y no quería hablar del tema, estaba seguro de que sería un mar de letras… perdón, de llanto.
La jornada pasó como lo imaginaba. Me interrogaron, lloré a mares y les tocó llevarme a mantenimiento de urgencia para que mis hojas no se estropearan, pero nada me importaba. Me parecía ver trascurrir todo en cámara lenta y luego volverse oscuro. Cuando desperté estaba nuevamente en mi lugar, por un momento sentí la esperanza de sentir a mi vecino de regreso, y para mi sorpresa había alguien más en su lugar. Me contaron los demás vecinos que habían hecho una reestructuración y que por el momento compartiríamos con nuevos libros.
El vacío de mi vecino ausente no lo ha podido llenar ningún otro libro. En medio de mis noches de insomnio, solo espero que esté bien dónde esté leyendo sus metáforas y viendo el amanecer.
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