Totus in illis. —Horacio. — Todo entero —estoy—en estas cosas.
He visto en las selvas ricas bibliotecas formadas por innumerables volúmenes de hojas seleccionadas por la Naturaleza con cierto desorden aparente, en realidad con artístico cuidado. Tales hojas contienen, grabadas en caracteres indelebles, las más sabias enseñanzas, los más útiles consejos, las más bellas manifestaciones del saber.
También se ven en las ciudades humanas follajes regulares y ordenados, compuestos de hojas escritas por el Hombre con abnegada perseverancia, llenas de bizarros y extraños caracteres, en que constan las labores fecundas de los pensadores de nuestra especie.
Los libros de la Selva, son los árboles; los follajes de las bibliotecas, son los libros. La Naturaleza es la autora de los primeros; el Hombre es el creador de los segundos. En unos y otros léense hermosas páginas debidas a la pluma del gran maestro a quien llamamos lo Bello; elocuentes discursos de la casta diosa de todos los tiempos, la Sabiduría; himnos sobre motivos ideales, que cantó la soledad; problemas indescifrables y atormentadores, concebidos abeterno por la Esperanza.
¿Queréis conocer la biblioteca de las florestas? Os introduciré en su recinto, con mucho gusto. El edificio es espléndido y está abierto a todas horas. Ved la entrada, podéis seguir. ¿No os sorprende el número infinito de misteriosos volúmenes, de libros intactos, de follajes seductores, de hojas sueltas? Cada árbol, todo arbusto, la mata, la hierba, es una obra y las hay de todas las lenguas y relativas a las ciencias, las letras y las artes.
Allí libros de medicina, que curan todas las enfermedades, de numerosos folios, desencuadernados y apenas comprensibles. Son las Quinas, el Opio y los Bálsamos. La Coca, el Té, el Jaborandi son opúsculos que deberá ojear el médico y en que suele basar su arte de curar el facultativo empírico.
La Geografía tiene su sección especial: nuestras Melastomáceas son atlas de cartas topográficas en relieve, con ríos caudalosos, riachuelos y arroyos, que separan cadenas de montes erizados de pelos, a modo de matorrales. Parece que la orografía antioqueña se hubiera estereotipado en la flora de sus serranías.
Hay poemas foliáceos. Los rumores meliodiosos de las hojas del Bananero son transcripción mística de los discursos de magos indios; en los citados apéndices de la Cañabrava, un poeta descubrió los estremecimientos y angustias de un alma que va camino de la gloria y siente que no puede más y se vuelve a la Tierra. En el Tabaco hay escritos en sonetos sueños de noches de orgías, que a la llegada de la aurora se convierten en humo.
Las franjas de las Palmas dejan percibir cantares como de sirenas, que bogan sobre el oleaje sereno de la atmósfera del desierto.
No faltan libros-plantas que envenenan: el Manzanillo, de elegante follaje, con lucientes páginas y artísticos grabados, despide emanaciones eléctricas que emponzoñan la sangre y producen ardor e hinchazón en la piel del que se acoge a su frondosa sombra; la Pringamosa está armada de pelos urticantes que causan insoportable picazón en la epidermis; los órganos foliáceos de la “Dionae Muscipula” — ¿lo recordáis? — son libelos diminutos, pero saturados de un tósigo mortal.
¿Deseáis también informaros de las florestas de la civilización humana en los anaqueles de las bibliotecas?
Seré vuestro conductor, si gustáis. El edificio es modesto y está abierto para todos. Entrad. Como árboles, arbustos, enredaderas y hierbas, hay volúmenes de todas condiciones. Cada libro, todo folleto, los cuadernos, las cartas, son plantas de una flora singular.
Hay obras científicas que entretienen, educan y consuelan. Tal es la historia de los hombres y naciones; las de los animales, plantas y minerales; las que se relacionan con la cantidad y las figuras; las que describen el cielo y la tierra. Sus hojas fueron grabadas por la verdad…
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