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EL RELICARIO I

Marzo

De pie frente a la ventana se concentra en el paisaje del parque y los carros que cruzan veloces por la autopista que se ve al fondo entre los edificios. El día estuvo largo, pero antes de irse a descansar contempla la ciudad desde la reducida cuadrícula semiabierta. En el reflejo del vidrio veo brillar mis bordes con las pequeñas sacudidas que me provoca, mientras pasa la cadena delgada entre sus dedos. Me halaga participar de cada meditación, de las tensiones y los coqueteos. Pero disfruto más que nada el momento de regresar al apartamento, de estar detenidos aquí y luego ir a la cama.

Durante la noche gritó varias veces, en realidad no la escuché, pero sentí la presión del pecho, el aire comprimido y los impulsos que desatan el grito. No se despertó como otras noches, en que se asusta con sus propios alaridos. Se levantó carraspeando; sentía muy seca su garganta, hizo grandes esfuerzos para tomar agua. Tuvo arcadas en el tocador pero no pudo vomitar y se quedó viendo durante algún tiempo al espejo. Tiene los ojos hinchados como si no hubiera dormido.

En el último año las cosas han venido empeorando. Ahora pasa mucho tiempo en la ducha, con los ojos fijos al suelo y la mirada ausente. De repente empieza a enumerar en voz alta todos los pendientes de la oficina y eleva el tono como tratando de callar a otros. También ha estado retrasando el regreso después del trabajo y durmiendo poco. Adelanta tareas en las cafeterías que cierran a media noche, cena con personas que le molestan, va sola a los bares; no bebe nada, ni tampoco habla con nadie. Regresamos en la madrugada, helados, y en las pocas horas de descanso que le restan, generalmente, grita.

Durante la última semana ha empeorado. Ahora está trabajando en el apartamento, su nuevo trayecto se ha reducido a las escalas que llevan al primer piso del dúplex. Me pareció que anoche no durmió, durante la madrugada estaba muy inquieta; yo no alcancé a ver nada porque estaba cubierto, hasta que violentamente se sentó en la cama y acto seguido se despertó. Se levantó al baño a mojarse la cara y lloró con gemidos de rabia. Luego estuvo despierta dando vueltas hasta que sonó el despertador. Encendió la lámpara y se quedó fija viendo las fotografías de la pared hasta que finalmente pudo levantarse. 

En la ducha silenciosa y contemplativa, hasta que cerró el grifo con precipitación mientras su respiración y pulso se aceleraban. Se quedó viendo la puerta de la habitación, cogió temblorosa la toalla y salió sigilosamente. Ya en el marco, echó a correr para abrir la ventana, entonces toda la habitación se llenó de luz. El resto del día estuvo en el primer nivel. Sentada en el escritorio giró pocas veces para ver de reojo al final de la escalera. Antes de subir, en la noche, llamó a su madre. Fue una llamada corta, le anunció que le contaría algo y finalmente le dijo que no era nada. Al colgar grabó un audio que eliminó después de terminarlo. Dijo: —mamá, le juro que esta mañana vi a alguien afuera del baño con una bata blanca y hacía ssshhhh, ¿recuerdas? Como esa pesadilla que papá creía que me inventaba para que durmieras conmigo—.

Yo no recuerdo nada de eso. Sólo tengo algunas anécdotas de años atrás, pero en ninguna está durmiendo con ella. Aunque es cierto que siempre ha tenido problemas para dormir y mucha resistencia a quedarse sola. Mudarse aquí ha sido difícil, pero ella lo ha encarado con entereza. Me parece que en cualquier caso no supieron entender sus miedos. La antigua casa era oscura y ella se quedaba sola por mucho tiempo.

Mayo

Ahora se han cumplido varias semanas sin que salgamos, desde la ventana se ven pasar algunos carros con muy poca frecuencia. Los días están adaptándose a una nueva rutina que disfraza la monotonía entre el paisaje de las paredes; de las fotografías, la ventana a la calle, el mural de la sala con el pequeño librero lleno de títulos verticales, o el mesón de la cocina. Entre esos, juega con la dirección del escritorio que mueve todos los días y los fondos de pantalla que parecen un pequeño cuadro de paisajes con rocas y árboles. Los días pasan sin ninguna novedad, pero las noches siguen diversificándose. Ayer estuvo un buen rato como petrificada. Como siempre la escuchaba gritar, o no gritar sino presionar el pecho. En cualquier caso no se movía. Pasó algo, porque desde la mañana ha estado haciendo videollamadas con todas sus amigas, le ha escrito a decenas de personas y hasta ha cruzado audios con hombres que dejamos de ver hace tiempo. 

A una de sus amigas le ha dicho que no le iba a creer lo que estaba por contarle, pero luego se entretuvieron en otros temas, o ella se decidió por no decirle nada. Cuando terminó su conversación, tomó el celular y grabó otro audio: —finalmente no te dije eso que estaba por contarte. Vas a decirme que estoy loca, pero anoche, no sé si dormida o despierta porque no podía moverme, vi a una persona. No sé, tenía una capa verde de un tono olivo opaco, no sé de qué material, pero era una capa grande y subía por las escalas. Y no sólo subía, sino que llevaba una canasta con ropa, una de esas para la ropa sucia. Y no sólo eso, sino que mientras subía vomitaba sobre el paquete que llevaba. Además parecía dejar tras él una sombra viscosa, ¿ves? Como la que dejan las babosas. Así como te lo cuento. Terminó de subir, caminó hasta mi cama y allí se metió debajo. Esta mañana miré y no había nada, pero como te digo, no podía moverme, así que no sé; pudo haber salido mientras dormía o mientras no podía verlo—. Al terminar el audio, lo escuchó varias veces, se rió y lo eliminó. 

Con los días ha sumado otras conductas además de usar el teléfono para grabarse. Ahora el televisor está encendido toda la noche, igual que las lámparas. En el día, el equipo de sonido suena sin pausa, excepto por momentos en que le baja volumen y revisa los armarios o la superficie debajo de las mesas o la cama.  Esto último de los rituales extraños, la verdad, no son nuevos. Si lo pienso con detenimiento, unos años atrás, cuando estaban siendo cerca de las 7 de la noche, ella pasaba con toallas y cobijas por toda la casa. Cubría los espejos y si apagaba el televisor también lo tapaba inmediatamente. Creo que sentía miedo de su propio reflejo o veía cosas. En las mañanas pasaba quitando cobijas y abriendo puertas. Durante el día todo estaba a la vista y disponible. Si el viento cerraba alguna puerta o ventana, interrumpió lo que estaba haciendo, sin esperar ni un momento y corrió a abrirlo nuevamente. Antes de volver, revisaba el interior o exterior que fuese necesario y tal vez también, alguna superficie o rincón que quedara cerca. 

Pasaba además muchas horas al teléfono hablando con algún amigo o compañera. Al colgar encendía la radio o la televisión. Recuerdo que algunos de esos días y noches fueron más escalofriantes que esto que cuento, pero la verdad no disfruto de pensar en ello. Lo importante es que ahora todo es mucho mejor que antes. 

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