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EL RELICARIO – FINAL

Diciembre

Lunes
Esta mañana he puesto algunos objetos sobre la mesa del comedor; entre los cuales hay unos juguetes con arandelas de llavero y otros. En un audio dijo que los encontró, pero no supe a qué se refería, porque no sé qué era lo que estaba buscando. Todos esos objetos nos miran mientras desayuna, es algo muy extraño.

Viernes
El clima está cambiando, ahora llueve durante la noche y gran parte del día. Yo me he ido acostumbrando a las largas conversaciones con estos objetos de colores y algunas veces me he divertido con sus ocurrencias. Esta mañana nos hemos sentado a desayunar en la ventana. En esas estábamos, cuando por fin alguien parecía salir a caminar por esta calle. Al verlo dice ella: —¿quién es ese? ¿Mateo? está súper barbado, ¿Con quién estará hablando?— Pero ni su teléfono o su auricular parecían estar, sólo unas llaves con un llavero grande de color rojo, en el bolsillo de la camiseta que ella señala. Rieron a carcajadas viéndose en casa unos a otros. 

Hay un aire de familiaridad que circula. Recientemente además de oír a los objetos, los murmullos en las noches tienen cada vez mayor nitidez. Ella continúa con la descripción detallada en los audios, lo cual me ayuda a reconstruir las piezas que me hacen faltan. Entre las anécdotas de los objetos, algunas me resultan muy cercanas. Desde hace un rato, uno de ellos está compulsivo hablando de algo, que al parecer está inquietando a todos. Se trata de los seres de colores nocturnos. 

Habla de un ser traslúcido al que todos temen; tiene unas manos grandes que pueden verse mientras camina. También se le ven los ojos brillantes color azabache, sin importar que tan oscura esté la noche. A medida que avanza la narración, el pulso de ella se ha estado acelerando. Siento sus latidos cada vez más fuertes. Interviene para preguntarle, —¿Qué les hace? ¿por qué le tienen miedo?— a lo que el contador le responde: —sobre su cuerpo gigante, lleva una capa gruesa que también es traslúcida, pesada y asfixiante. Cuando llega se esconde tras la barandilla que da a las escalas del primer nivel. Nadie se entera en qué momento se posa allí. Luego abre los ojos cuando todos ya están adentro y los señala con su mirada inquisidora que es como ácido sobre ellos. Luego obliga a la de gris a llamarlos a todos al centro y los encierra bajo la capa—. De repente ella se levanta y le dice: —¡Basta!— Agitada y temblorosa empieza a recogerlos a todos en una caja, toma el celular y sube al cuarto. También ha tirado del collar en su cuello y nos ha puesto en el armario. Alcancé a escuchar que llamó a su madre, le dijo que tenían que hablar con urgencia, mientras se alejaba; por lo que no pude saber nada más.

Creo que han pasado algunas horas, este espacio es muy oscuro; me resulta angustiante y empiezo a desesperarme con la sensación del encierro. Además he quedado comprimido en una de las esquinas. Desde aquí no escucho nada, creo que aún no sube a la habitación. No entiendo la razón para aventarme aquí con todas estas cosas.

Es muy extraordinario lo que se percibe en todo el lugar. Como si el tiempo pasase a gran velocidad y hubiese transcurrido mucho, o por el contrario, se hubiera suspendido y todo permaneciera estático. Pudo haber amanecido ya o haber pasado días, sin que haya manera de saberlo. Ella no ha subido, tal vez hasta se fue, o ha estado tan silenciosa que ni yo la he podido escuchar.

Domingo
Han cerrado la puerta principal, no sé si salió o alguien ha venido. Aunque hay otros sonidos; tal vez sea una silla del comedor o el dispositivo de agua de la nevera, o simplemente han arrastrado algo en la calle. No es cierto; es un murmullo, o el sonido anterior se ha convertido en un murmullo, o de pronto alguien ha comenzado a hablar. ¡Es ella! Y está molesta. —¡Tú nunca me creíste. Yo lo vi en las escalas, te lo describí y tú nunca me creíste! ¡No fui la única que lo vio y a pesar de eso no hiciste nada!—grita ella. Luego hay de nuevo un silencio completo.

Poco después unas pisadas se aproximan. Es ella la que abre el armario y toma la caja. También está su madre. Creo que están hablando de mí. ¿Qué? ¿Soy mujer? ¿Una niña? ¿Vivo detrás del reloj? ¿Qué está pasando? —Yo sólo quería que aprendieras a ser fuerte, que entendieras que podías encontrar fuerza y valentía en ti misma, en tu interior. Que podías controlarte —continúa la madre, —Se acabaron todas las pilas pequeñas que tenía para cambiarle, ya no sirve —Le responde ella. —Voy a llevárselo a tu papá —Responde la madre que ha abierto también un álbum fotográfico.

Yo estoy al lado del álbum sobre el nochero, aterrorizado o aterrorizada. Acto seguido, la madre abre el reloj y me despierta del fondo, por lo que quedó suspendida en su mano. Con la otra señala al interior del álbum y le dice —En esta estamos los tres con Tobi, ¿Te gusta?, —No sé, me pone triste pensar en mi perro —Le responde ella. Luego levantan la película transparente y me ubica al lado de las fotografías de un cumpleaños. Todo se me hace cálido y cercano. 

Así deben sentirse las algas de los corales a pocos metros bajo el agua; meciéndose con lentitud al ritmo de las olas, viendo el brillo del sol sobre la superficie. Batiéndose en el apacible silencio, como yo, ahora que han cerrado el álbum. Que ellas se han ido.

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