´´Donde quiera que se ama el arte de la medicina se ama también a la humanidad´´ (Platón).
La medicina es una carrera hermosa, siempre lo he sabido. Cuando inicié, cada día de estudio era un día de sorpresas y asombro. El cuerpo humano: ¡la máquina maravillosa! ¡Cuántas cosas espectaculares para descubrir! Aún recuerdo mi primer día de prácticas, en quinto semestre, en el Hospital Universitario San Vicente de Paúl (hoy san Vicente Fundación); fui con la mejor ropa que tenía, mi bata blanca y el fonendo Welch Allyn de segunda que me compró mi papá. Iba temblando de miedo y felicidad, sintiéndome como un bebé que da sus primeros pasos, demorándome hasta dos días para hacer una historia clínica, lo que con los años me tomaría muchísimo menos. Siempre recuerdo ese sentimiento de respeto y fascinación por cada una de las especialidades a las que iba llegando: pediatría (que por años quise que fuera mi especialidad final, hasta que en el rural los papás histéricos -que hoy como mamá comprendo al cien por ciento- me hicieron descartar), psiquiatría, medicina interna, ginecología, cirugía, anestesia, ortopedia, dermatología… Tantas cosas geniales que nunca se dejan de aprender. Yo era consciente de cuánto ignoraba y de la necesidad de seguir estudiando, por eso pasé muchas noches en vela, estudiando o practicando, con gozo y felicidad por ver cada día más cerca la meta.
Reconozco que uno empieza a estudiar con anhelo de salvar al mundo… Me atrevo a afirmar que todos los estudiantes de medicina nos proyectamos en algún momento como esos médicos que iban a hacer una gran diferencia. Pero, luego salimos al mundo de verdad y nos damos ese duro golpe con la realidad: “tú quieres hacer mucho por el paciente, pero la EPS se lo niega”; “los ponen a esperar siglos y cuando por fin les dan lo que necesitan, sus enfermedades están tan avanzadas que ya no es suficiente”; “los contratos son pésimos y la estabilidad laboral es una quimera”. Sin embargo, el golpe más fuerte que he sufrido en mi carrera, ha sido durante esta pandemia en que la gente piense y llegue a afirmar que los médicos estamos haciendo negocio de cuenta de la enfermedad. Es terrible cómo afirman, tal vez convencidos, sin asomo de dudas, que a los médicos nos pagan por muerto con Covid-19, que estamos disfrazando cifras para engordarlas y cobrar más… ¡Que absurdo!
Todos los días en las redes sociales leo denuncias de cómo maltratan a mis compañeros, cómo las administradoras de riesgos profesionales (ARL) y empleadores se quieren lavar las manos con respecto a la protección de sus médicos y no les quieren responder por sus incapacidades por estar asintomáticos, pero aislados con sospecha de ser portadores del virus; cómo quieren contratar médicos al más bajo precio y sin contratos que den estabilidad sino por prestación de servicios. Y leo el miedo de todos ellos, mis compañeros: miedo a morir y a convertirse en mártires, miedo a contagiar a sus familias y ahora, miedo a ser agredidos porque de héroes han pasado a ser parias de la sociedad. Muy triste todo eso.
P.S. Por lo que he leído, solo hay dos países donde se están maltratando a los médicos, a los que son quienes están poniendo “el pecho a las balas”: México y Colombia. Países llenos de ignorancia y pobreza donde, en lugar de reclamar a quienes por años han desangrado a la patria y han sembrado miseria y caos, quieren que sirvamos de chivos expiatorios. Definitivamente, este no es un buen país para ejercer la medicina… Yo estudié medicina porque quería servir.