En el tapiz de la historia y la amistad se inscribe la figura de Andrés Ripol, cuyo caminar trascendió los límites temporales y geográficos para dejar una huella imborrable en el paisaje de la humanidad. Desde su encuentro con el líder de las SS nazis, Heinrich Himmler, el 23 de octubre de 1940, Ripol se vio inmerso en un torbellino de acontecimientos que marcarían su destino de manera irrevocable. Este episodio, registrado por Javier Fernández Garrido en “La virgen, la dama y el nazi”, revela la complejidad de su papel como mediador entre culturas y la sombra ominosa que acechaba Europa en aquellos años oscuros.
La década del cincuenta se convirtió en un capítulo crucial en la vida de Ripol, cuando decidió emprender un viaje hacia Colombia con el propósito de fundar un monasterio benedictino. Su llegada a Envigado, Antioquia, en 1953, lo llevó a establecerse en un entorno nuevo y estimulante, donde la belleza de la naturaleza se mezclaba con la efervescencia cultural de la región. Es en este contexto que se encuentra con Fernando González, el filósofo y maestro de Otraparte, cuya influencia y sabiduría dejaron una marca indeleble en el corazón de Ripol.
Las cartas entre Ripol y González, mencionadas por Alberto Aguirre en su introducción a la publicación de las mismas, revelan la profundidad de su amistad y el intercambio de ideas que caracterizó su relación. En una carta, González escribe:
“La Ermita… Al Amigo, Padre Andrés Ma. Ripol, cuyo encuentro fue algo como haberse abierto o entreabierto la puerta del Silencio. El Silencio o Dios es infinitamente mejor que los inteligibles o dioses.”
Estas palabras encapsulan la esencia de su vínculo, basado en la búsqueda compartida de la verdad y la trascendencia espiritual.
A lo largo de sus misiones pastorales en Colombia, Ripol se dedicó a documentar su experiencia a través de la fotografía, como menciona el investigador Juan Felipe V. García en su conversación con el antropólogo Gustavo Restrepo. Desde las comunidades indígenas hasta los rincones más remotos de la selva, Ripol capturó la diversidad y la belleza del paisaje humano con una sensibilidad única.
Pero su legado va más allá de las imágenes y las palabras; se extiende a través de los proyectos y las obras que dejó como testimonio de su paso por este mundo. Uno de los ejemplos más destacados es “El Pesebre”, una colaboración entre Ripol y González que trascendió las fronteras del arte y la religión. Esta obra, auspiciada por la Compañía Coltejer y publicada por la Biblioteca Pública Piloto, refleja la profunda sensibilidad social y humana que caracterizaba a ambos amigos.
El viaje de Ripol culminó en la ciudad de Miami, donde encontró un nuevo hogar y una nueva comunidad. Su fallecimiento en el año 2002 marcó el final de una era, pero su legado perdura en las imágenes, cartas y testimonios que atestiguan su vida y su obra. En la quietud del silencio, en el susurro del viento entre las hojas, el espíritu de Andrés Ripol y Fernando González sigue vibrando, iluminando el camino de aquellos que buscan la verdad en los laberintos del alma.
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