Estas palabras son tal vez las más representativas de la novela distópica elaborada por el escritor británico George Orwell, seudónimo construido a partir de un nombre popular entre los ingleses, el del querido rey George y el río por donde discurren las historias de Eric Blair, nombre original del escritor de esta emblemática novela post apocalíptica. Es probable que el seudónimo, sea un buen escudo.George Orwell se describe como un niño distraído y oprimido, por ser el introvertido hijo del medio. Nacido en la India, perla del imperio británico, un 25 de junio de 1903. El mismo que encontrará en la escritura una manera de relacionarse con el mundo, del cual se sentía distante y al que asediaron sus agudas reflexiones, su palabra y su mirada crítica. Un mundo en el que también discurren dos guerras, ambas madres de todas las guerras conocidas por la humanidad, la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
El la primera parte de esta reseña hablaremos de algunos aspectos autobiográficos relacionados con la obra de George Orwell y en la segunda, nos proponemos ubicar los conceptos de utopía y distopía como dos contrarios necesarios para advertir a futuro la sostenibilidad ambiental y social. Acompañados de la literatura con sus largas alas de imaginación que pueden advertir y proyectar esa visión de futuro de la humanidad.
Cumplidos los dos años para Orwell, parte de su familia se residencia en Inglaterra, es probable que esos primeros momentos de aislamiento social, sean los forjadores del auténtico instinto de escribir. Como un niños retraído, Orwell pasaba la mayor parte de su tiempo solo, con poco interés por los deportes y las amistades casuales. Su compañeras eran las palabras, ellas eran su refugio.
Gracias al apoyo de becas recibe su primera formación en prestigiosos centros de educación y se relaciona con reconocidas figuras del mundo editorial, como Cyril Connolly, editor de la revista Horizon, donde serán publicados muchos de los ensayos de Orwell.
El autor en su ensayo: “Por qué escribo” expresa que por mucho tiempo, se enfocó en intentos de escritura “seria”. Sin embargo, estos fueron paralelos a una vasta historia que venía contando casi inconscientemente: la de su propia vida. Hasta los veinticinco años se narraba a sí mismo sus acciones, en un estilo meticuloso y minimalistas, como si estuviera tratando de asegurar su puesto en la tradición de la escritores autobiográficos. El relato consumía gran parte de sus pensamientos, absorbiendo hasta los más rutinarios detalles dentro de una prosa basta y creativa. Elaborando relatos cotidianos y haciendo ejercicios narrativos permanentes:
Este ejercicio, junto al descubrimiento de “la alegría de las palabras en sí” se fueron catalizando acompañadas por la lectura y el espíritu de Milton, le despertaron el interés por el género novelístico.”
En el presente siglo, fue publicada póstumamente una obra con toda sus correspondencia personal. A lo largo de su vida, Orwell -quien nunca escribió una autobiografía- mantuvo correspondencia con cientos de personas, incluso personalidades de la cultura como: T.S. Eliot, Stephen Spender, Arthur Koestler, Cyril Connolly y Henry Miller, a quienes en forma epistolar explicaba sus ideas literarias y filosóficas.
Se alistó como policía del Imperio en Birmania, no le quedaba más, su condición de clase le impediría brindarse una formación universitaria. De esa experiencia escribió: “Los días de Birmania” donde vierte el trago amargo del ambiente opresivo y racista de los colonizadores y su desprecio por las gentes a las que explotaban.
El resultado, un duro retablo de la colonización, pero que no debía de alejarse mucho de la realidad. Una visión despiadada y, sin embargo, con gran fuerza evocadora, capaz de trasladar al lector a un mundo ya desaparecido, que anuncia ya el profundo compromiso social del autor.
En el último periodo de su vida escribirá las dos obras emblemáticas de su sello narrativo: Rebelión en la granja y 1984 obra referente de las distopías literarias, cinematográfica y artísticas.
Cerremos este sucinto perfil recordando que fuera de obra literaria y ensayística, Orwell era cronista y crítico de literatura, se considera el ensayista en lengua inglesa más destacado de las décadas de 1930 y de 1940. Del mundo literario de Orwell es el concepto del «Gran Hermano», que desde entonces pasó al lenguaje común de la crítica de las técnicas modernas de vigilancia. Fue además corresponsal para los servicios de noticias de la BBC de Londres. Curiosamente la cadena no posee registros audiovisual del escritor. Otro suceso que debemos registrar de la vida de novelista es su participación en la Guerra Civil Española.
El término “orwelliano” se ha convertido en el sinécdoque (la parte por el todo) para referirse en términos del mundo de las letras a una sociedad en los límites de su funcionalidad, lo que algunos refieren como sociedades fallidas y fracasadas. Ambas, utopías y distopías son formas críticas a favor y en contra de los posibles “No lugares” en los que puede desencadenar la aparición de una tecnología. Es indudable que Orwell nos habla en su novela de una disoluta sociedad de la información. Muchos relacionan los contenidos de su ficción por la relación de patrones similares entre los argumentos de la novela y la vida contemporánea. 1984 es una sociedad de la información totalitaria, panóptica, acaparada por una sociedad mediatizada y tiranizada. Este es tal vez uno de los mensajes más vigentes del argumento de la novela, la insostenibilidad de una sociedad de la información no democratizada, al servicio estéril del poder de un partido totalitario, El Gran Hermano.
El ser humano es hasta el presente la única especie del planeta con capacidad de leer, hacer proyecciones y pronósticos de su propio futuro, no nos referimos a la adivinación, la magia o al presagio, ni tampoco somos partidarios de un supuesto destino o futuro manifiesto preexistente, sino a la capacidad de leer a partir de patrones, fenómenos de escala micro y macro. La ciencia y sus observaciones pueden determinar la vida de una estrella y las múltiples formas futuras en que ésta pueda mudar en su ciclo de vida, o determinar a partir de sus usos los beneficios y usos inapropiados de una innovación tecnológica.
En la actualidad, las estrellas poco determinan el destino de los hombre, sino que son los hombres, los que miden y pronostican el destino de las estrellas a partir de la observación y las leyes de la física.
Esas posibles lecturas de futuro, desarrolladas por algunos por la observación, la intuición o el método científico, son asumidas como posibilidad y esperanza o con escepticismo y fatalismos. Dos caras, dos destinos igualmente eclipsados como partes de un todo. La palabra utopía algunos autores se la atribuyen al filósofo, teólogo y político inglés Tomás Moro, quien hizo uso de ella en su obra “Utopía” para referirse a una sociedad diferente, apartada de intereses, desigualdades y ambiciones de poder. La primera versión de Utopía se publicó en latín en 1516. La traducción al inglés no se publicó hasta 1556. Utopía hizo de Moro uno de los pensadores y visionarios humanistas más eminentes del Renacimiento.
Las distopía aparece en el universo literario como antónimo directo de utopía, caracterizada como un mundo deshumanizante, insostenible, tiránico y fatalista; como declive de los recursos en un cataclismo ambiental y político. Las sociedades distópicas aparecen en muchas obras de ficción y sus representaciones artísticas, particularmente en historias ambientadas en el futuro. Algunos de los titulos emblemas proceden de “1984” de George Orwell, Un Mundo Feliz de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, tres destacados autores casualmente anglos . Las sociedades distópicas aparecen en muchos subgéneros de la literatura y la cinematografía, sobre todo en el género de Ciencia Ficción y a menudo se utilizan para llamar la atención sobre la sociedad, el medio ambiente y las ideologías dominantes.
La libertad, arma sustancial del narrador de ficción, será motor para aventurarse a describir el futuro más lejano y distante, como lo anunciaba la serie televisiva de ficción: “A lugares donde no ha llegado el hombre”. El escritor de ficción y el científico tienen un laboratorio de partida, la realidad, un método determinado, la observación, uno lo hará hasta donde alcance la imaginación, el otro hasta donde lo permita el método.
Igualmente utopías y distopías servirán para advertir el éxito y fracaso, el ideal o el caos presente en la disolución de una sociedad o las posibilidades de un avance tecnológico o una cura planetaria. Deberá ser siempre más sostenible, advertir los pro y los contra de un avance tecnológico.
Recordemos este pasaje de la mitología sobre el don de Casandra. Resulta que Casandra, hija de Príamo, rey de Troyanos, cortejada por el dios Apolo recibió de éste el don ver el futuro; pero el celoso dios al sentirse no correspondido, maldijo a la princesa permitiéndole continuar con su don pero sometida a que nadie lo de por cierto y verdadero. Casandra alertó a los troyanos de un caballo de madera que los griegos habían dejado en la playa como regalo. Sin embargo, y como es bien conocido, fue precisamente mediante esa argucia como los griegos consiguieron atravesar las murallas de Troya y arrasar la ciudad. De nada vale conocer el futuro sino lo transformamos con nuestra voluntad o lo moldeamos con nuestra tenacidad y compromiso.
Es probable que la humanidad aún conserve ese don dado por el dios enamorado de una mortal, pero también es probable que la humanidad aun cargue la maldición de Casandra, la de poder hacer pronósticos de futuro pero sin el compromiso suficiente para buscar las utopías y corregir lo que en el mundo y la vida se presenta como distópico.
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