Transcurre el año de 1984, Medellín hace tránsito a uno de los periodos de mayor convulsión social. La ciudad es reflejo y producto de sus múltiples contrastes: una cobertura educativa deficiente, un decrecimiento significativo en la oferta laboral, que contrasta con el crecimiento demográfico acelerado que se traduce en una alta densidad poblacional en algunas de sus comunas. Medellín se debate entre el campo y la ciudad, la migración de otras zonas del departamento comienza a pintar sus laderas con algunos barrios de invasión que, distantes de la centralidad administrativa y de sus oportunidades, acoge algunos nuevos habitantes aferrados a costumbres y practicas económicas semirrurales. Medellín comienza a poblarse. Crece, muta y vive los años 80.
Consciente de estas debilidades, consignadas en innumerables estudios que intentaban descifrar el doloroso momento por el que transitaba gran parte de una generación secuestrada por el hampa y el dinero ilícito; se interpretan los tensores que le dan potencia a la inestabilidad, la inseguridad, el crimen y a la ley de la selva, gobernada por poderes fáticos, actuando como un cáncer invasivo decidido a apoderarse a toda costa del resto del cuerpo social y de sus múltiples carencias, de sus vacíos y necesidades. ¿Qué le esperaba entonces a esta ciudad? ¿Llena de incertidumbres y de sombras?
Tal era el panorama y los retos para la gobernabilidad del territorio y de la época, que la administración desplegó iniciativas de orden local y nacional. El Gobierno Nacional crearía, finalizando la década del ochenta, la Consejería Presidencial para Medellín, liderada por Maria Ema Mejía Vélez, una joven comunicadora que aceptó la misión presidencial de generar procesos de trasformación que afrontaran con acción y decisión los retos recogidos por estudios y diagnósticos.
La Biblioteca Pública Piloto de Medellín, que en otras épocas gozaba de mejores recursos y que desde la década del cincuenta hacía presencia en factorías, hospitales y puestos de lectura, soportaba por aquellos días un déficit presupuestal acumulado. Así lo expresó el diario El Mundo, en una nota publicada el 1 de diciembre de 1986, en el que comparte las palabras de la entonces directora de La Piloto, Gloria Inés Palomino Londoño:
“Con mentalidad práctica y afortunada obstinación que la hizo seguir este proyecto casi inverosímil, Gloria Inés Palomino, se preocupa ahora por partida doble: Por el déficit de 40 millones y pico que tiene la Biblioteca Piloto sede y por esta otra hija que se suma a las otras tres sucursales de San Javier La Loma, Florencia y San Antonio de Prado. Pero está feliz de la vida y dice “si me dan plata hago otra biblioteca”.
Para 1986 el barrio Campo Valdés ya contaba con sus características calles empinadas y pavimentadas llenas de gente. Ese rostro lo comenzó a adquirir el sector desde la década del treinta, hasta que el miedo y la incertidumbre lo fueron opacando. Los juegos infantiles y juveniles que hacían presencia en vías y aceras en décadas como los sesenta y setenta, debieron ser confinados a los reducidos espacios de los centros educativos. Esas calles empinadas, las risas estridentes y un tranvía, fueron haciendo de Campo Valdés un sector urbano planeado con calles rectas desde su base: en el Bosque de la Independencia (hoy Jardín Botánico), hasta donde inicia el sector de Manrique.
El lugar se urbanizó bajo la modalidad de ventas de lotes, se dispusieron los terrenos para vivienda, pero también se separó otro para la construcción de su iglesia, la cual al inicio era apenas una techumbre de paja, mientras sus párrocos se movilizaban en campañas para construir un templo que le sirviese de centro espiritual al sector.
Los ochenta fueron la década en la que el gobierno local y nacional, comprendieron que para afrontar las distintas amenazas que representa la inestable situación de sus jóvenes, sacrificados por el fuego fatuo de la ilegalidad y la intolerancia; se hacía necesario enfrentar aquel monstruo no sólo con el poder y la ley, sino con la creación de programas y espacios para el ejercicio pleno de la ciudadanía.
Es allí donde la Biblioteca Pública Piloto de Medellín se erige como posibilidad, encuentro y propuesta de solución para el momento, pues la Biblioteca, desde la década del cincuenta había desarrollado una estrategia de pequeñas bibliotecas en barrios, locales, hospitales y empresas, mientras se construía su Sede Central, de 2.400 metros en el sector de Otrabanda (hoy Barrio Carlos E. Restrepo).
Conocedores de esta experiencia, la Biblioteca y la administración municipal se ponen de acuerdo para intervenir un lote de propiedad de la municipalidad, justo al frente de la populosa plaza de mercado de Campo Valdés. La idea era que fuera una biblioteca, y a la vez, un centro cultural para el encuentro de sus habitantes.
La idea cobró vida en 1984: año de cambios, terrorismo y retos para la nación. Algunos medios de comunicación local, entre ellos Caracol Radio y el diario El Mundo, se habían asociado para movilizar una campaña que dotaría de libros y espacios de lectura a la ciudad. La iniciativa de La Piloto y su Filial tuvo acogida inmediata entre los medios de opinión.
El asunto es que Gloria Inés Palomino Londoño, en ese entonces directora de La Piloto, no contaba con todo el presupuesto para hacerla realidad. Aun así, empuñó su alma y le dio rienda suelta a ese sueño, esperando y confiando siempre en que otros benefactores proveyeran el último empujón para llegar a los diez millones de pesos que se requerían para iniciar la primera etapa. Esta primera fase pudo concluirse en los primeros meses de 1986. La idea era darle apertura a la Biblioteca con este primer impulso, e ir consolidando una oferta de servicios que creciera con el paso del tiempo.
Luego de sumar esfuerzos con la municipalidad, se cedió por comodato un terreno baldío ubicado frente a la plaza de mercado. En copia de uno de los documentos que reposa en los archivos de la Biblioteca Pública Piloto y con fecha del 10 de febrero de 1984, es posible apreciar las firmas del señor Juan Felipe Gaviria Gutiérrez, alcalde de la ciudad y de la entonces directora de la Biblioteca: Gloria Inés Palomino Londoño. Aun hoy existe el comodato.
Fue así como se tocaron numerosas puertas: las de la empresa privada y el sector de la construcción. Inicialmente el Concejo de la Ciudad aportó seis, de los diez millones de pesos que se requerían para el inicio de obras. La Universidad Pontificia Bolivariana, a través de su facultad de Arquitectura, diseñó y cedió los planos para el edificio de la nueva biblioteca.
El sábado 15 de diciembre de 1984, en páginas del periódico el Mundo se destacan los pormenores de la obra: “En noviembre pasado, los arquitectos Botero y Vásquez entregaron los planos definitivos de la construcción, que ocupará un lote de 1.656 mts. cuadrados. Se proyectó un centro que reúne las condiciones ideales para el movimiento cultural y recreativo. Este centro comprende: sala de lectura con capacidad para 112 personas; sala infantil para 30 niños; sala de estudio para 36 personas; cafetería para 20 personas; sala de prensa para 10 personas; sala múltiple para 108 personas y talleres para 120 personas.” (p. 4b); Además de otros espacios que los recursos y el tiempo no lograron materializar. La Filial de Campo Valdés aún conserva los planos y la maqueta original de aquel sueño transformado en realidad.
Ese nuevo espacio enclavado en las laderas orientales de la ciudad, por el que diariamente transitan cientos de niños a ese pequeño oasis para la lectura; el nuevo taller, el lugar para las artes, los oficios y el encuentro, debe su nombre a una de las figuras del periodismo más destacadas de región: Juan Zuleta Ferrer, escritor y director en varios periodos del diario El Colombiano y quien había fallecido recientemente.
Para 1986, año donde se entregó la primera etapa, la inversión alcanzaba los veinte millones de pesos (20.000.000) con un sin número de aportantes, como lo consigna la nota del diario El Mundo del 1 de diciembre de 1986:
“A la etapa de construcción de la Biblioteca Juan Zuleta Ferrer se vincularon con donaciones, asesoría y supervisión: los concejales del Municipio de Medellín; el Departamento de Antioquia a través de sus secretarios de Educación y Obras Públicas, el Municipio de Medellín con las secretarias de Educación, Cultura Recreación y Obras Públicas, Carreteras Nacionales, Caminos Vecinales, Banco de la República, Empresas Públicas Municipales, Pintuco, La Fundación Santa Elena, Corona, Instrumelco, La Fundación Ratón de Biblioteca, Camacol, Andina de Transformadores, Escuela Interamericana de Bibliotecología y la Familia Zuleta Ordoñez…” (p2b)
La Biblioteca abrió sus puertas a la comunidad a mediados de 1986. Una agradable noticia para un sector golpeado por la violencia y que ya tenia como sitios de encuentro social y colectivo la bella iglesia del Calvario, réplica de la Catedral Mayor y su Plaza de Mercado, más diversa y rica en productos y gente.
Superados los procesos de la obra, el siguiente paso era garantizar la sustentabilidad de la Biblioteca y sus servicios. En julio del 86 la Biblioteca inició actividades en un horario de media jornada: de 2:00 a 6:00 p.m. El servicio estuvo conducido por una de las funcionarias de la Piloto acompañada por 3.000 mil libros organizados y catalogados, mientras se surtían los recursos para el sostenimiento y continuidad de la nueva Filial.
Las primeras estadísticas se dieron a conocer al siguiente año: gran afluencia de público, sobre todos el de escolares; luego comenzó a presentarse una oferta de talleres de música y pintura, manualidades, el taller preparatorio para las pruebas ICFES, espacios de artes y oficios y los talleres para los usuarios de la tercera edad. La Filial Juan Zuleta Ferrer se convirtió en el punto de llegada y de partida para todos los que deseaban un nuevo espacio para la cotidianidad y el encuentro.
Con el tiempo, llegaron a la Biblioteca las nuevas tecnologías: la consulta electrónica, el taller de informática para niños y adultos mayores y la conexión wi-fi. Hace apenas algunos años se recibieron dispositivos que facilitaron el acceso a la red a personas en condiciones de discapacidad visual y motriz. Campo Valdés es ahora un espacio renovado. En el que confluyen los albores del tiempo, lo rural y lo urbano. El destino y lo presente. La Filial Juan Zuleta Ferrer, busca seguir impactando a los niños que ya no juegan en la calle, sino que esperan que caiga la tarde para jugar, y por qué no, perderse entre los laberintos de un cuento en la Biblioteca.
Sale el sol en la mañana por el nororiente de la ciudad, la iglesia del Calvario toca sus campanas, las mercaderías entran a la plaza de mercado y la Filial Juan Zuleta Ferrer abre sus puertas a los niños que quieren leer un libro, escuchar un cuento o mirar por el computador un juego que rete y ponga a prueba su imaginación. Todo eso se hizo en una época en donde estuvieron a prueba todos los valores de una sociedad, y la sociedad, la empresa y la municipalidad respondió.
En los 80 el juego era uno: salir a la calle o tal vez esconderse. Hoy el juego y el reto es otro: mantener los espacios para el encuentro y la convivencia. Que los niños puedan jugar y crecer en libertad. Que se tolere la diferencia. Los tiempos pasan, y la sociedad y sus bibliotecas siguen respondiendo a los mismos y a nuevos retos.
BIBLIOGRAFÍA
Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina
Carrera 64 # 50 – 32 Barrio Carlos E. Restrepo
[email protected]
Teléfono: (604) 460 0590
Copyright 2010 © Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina.