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SENTIMIENTO DE LO BELLO

En el álbum de Rosita Mendoza.

Al abrir este libro, siento una emoción nueva y tranquila: en estas páginas, de blancura sin mancha, se transparenta el alma nívea y pura de su dueña.

En mi calidad de turista de la Naturaleza, he observado con cariño las flores, los insectos, las aves, y he descrito ingenuamente mis impresiones íntimas sobre los seres que me han sido más amables.

Hoy —al poner fin a mi peregrinación ideal— encuentro, de repente, un ser superior, cuerpo de mujer y alma de serafín; flor que no es de nuestros jardines, insecto ignoto, ave escapada del Cielo.

Y me detengo un momento.

Quiero escribir aquí mi última nota de explorador de deliciosas regiones. Mi lenguaje de tal, lo excusará ella, pues sabe que ya soy viejo —los fulgores de la tumba centellean muy cerca a mi camino— y, por lo tanto, mis palabras son las de un espíritu amigo, presto ya para el largo viaje sin regreso.

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Entre los caracteres que diferencian al Hombre de sus hermanos de la Creación, hay uno que considero primordial: el sentimiento de lo Bello.

En este una facultad del alma —más intensa en la femenina— que llena de encantos suavísimos la vida; regala placeres de fruición celeste; sugiere ideales jamás concebidos por el vulgo.

De él carecen el Lirio místico, la emblemática Mariposa, la Golondrina errante.

Me parece que el modo estético de mirar el mundo que nos rodea, es uno de los atributos del Hombre y más de la Mujer. Esta, merced a tal sentimiento, se ve envuelta es un resplandor santísimo que borra la vestidura animal y la adorna con la túnica luminosa de los ángeles.

Solo poseen ese amor a lo Bello, espíritus selectos, como la niña a quien dedico estas líneas, quien, solo en la mirada, tiene resplandores de lo alto.

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El Armiño es un animal de las comarcas hiperbóreas. Durante el verano, su piel es parda, a veces rubia; en invierno, blanca, con la albura deslumbradora de la nieve.

Ese lindo carnívoro es, a mi modo de ver, un símbolo. A veces, los cazadores colocan en la senda por donde él transita —en medio de los resplandecientes campos helados— un poco de fango renegrido y sucio, y con ello consiguen apoderarse del tímido mamífero.

Al ver el lodo, que pudiera manchar su piel cándida y limpia, siente el Armiño miedo y tristeza. Prefiere caer en poder de sus enemigos, a permitir que el cieno salpique siquiera su vestidura inmaculada. Se deja aprisionar.

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Que nada que sea feo, entretenga la contemplación de una mujer cristiana y culta. El sentimiento de lo bello la elevará hasta lo más alto: hasta Dios, que es la Belleza eterna.

Ya me lo figuraba. Acabé dando consejos, que es la manía de los que ya estamos previniéndonos para el largo viaje sin regreso.

Diciembre 25 de 1915.

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