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LAS HOJAS

A Lisandro Alvarez.

Las hojas son la fisonomía de las plantas; constituyen sus facciones características por las cuales las distinguimos unas de otras. Las flores son órganos más bellos, es verdad, más atractivos; pero su fin misterioso en la reproducción las rodea de pudorosos encantos, íntimos y secretos, que no siempre nos es dado analizar. Las hojas, al contrario, son un conjunto de caracteres que nos hacen conocer los vegetales por su aire de familia. Por su follaje se conocen muchas veces las plantas útiles, las dañinas y hasta las solamente sospechosas. Hay hojas que engalanan y enderezan las plantas y les dan el aspecto de seres tiernos, alegres, bondadosos; otras que nos las hacen aparecer como crueles, hurañas y malignas.

Las plantas medicinales, que curan las enfermedades, tienen siempre hojas finas, aromáticas y elegantes. Lo vemos en el Naranjo, el Limonero, el Cidrón, la Manzanilla.

Las que matan, están cubiertas de hojas grandes, encubridoras, obscuras. Tal se ve en el Manzanillo, el Mismiá, el Milpesos.

Hay plantas alevosas y asesinas. Muestran con desenvoltura la belleza de sus flores y esconden en sus frutos espantosos venenos: su follaje es sombrío y deja escapar olores repugnantes. Así se denuncian, ellos mismos, el Borrachero y el Estramonio.

Las Palmas —vegetales majestuosos, altivos, sobrios, generosos— levantan al cielo sus enormes hojas que entonan con el viento el himno de la sinceridad y el amor. Así, la Palma real ostenta con casta desnudez sus formas de diosa y se corona de hojas como inmensas plumas de incomparable gallardía. Solo una, la del Corozo grande, es de follaje vulgar y conserva los harapos de sus hojas viejas, con aire de gitana graciosa, pero desaliñada.

El Maíz, el Trigo, la Cebada, los cereales todos, visten el traje campesino propio de seres dadivosos y buenos, y gastan en frutos lo que habían de emplear en follaje; viven casi desnudos, y sus hojas son pobres, angostas, modestas y solo alcanzan a medio cubrir su tallo enflaquecido.

Hay plantas de hojas manchadas, de colores abigarrados y de estructura artística, como muchas Aráceas y Begonias. Son los arlequines de la comedia vegetal; las actrices de los jardines y los bosques.

Los Cordones y Nopales, desprovistos de hojas, alzan, en los sitios áridos, sus tallos escuetos, como los cuellos de dromedarios echados en el desierto. La fisonomía de asuellas plantas es dura, áspera, seca; inspira como sed.

Hay hojas que duermen. Cuando llega la noche, cierran sus hojas tímidamente, como entregadas a la oración, y solo abren sus folíolos a la salida del Sol. La Zarza, que crece en los vallados, la Dormidera o Sensitiva y muchas más, tienen esta propiedad. Se las conoce por su follaje delicado, su sensibilidad exquisita y sus flores en forma de borla o penacho.

Tal como las plantas, es el Hombre. Aquellas en las hojas y este en el semblante se dejan conocer, estudiar y clasificar.

Nuestra fisonomía nos delata; los gestos, las sonrisas, las miradas, hablan más claramente que los labios. Llevamos nuestra historia escrita sobre la frente, y en ella lee quien quiera hacerlo.

Seamos buenos. Así seremos un libro abierto, pero un libro honrado, en que cualquiera puede leer.

Con hojas cubrieron su desnudez nuestros primeros padres en el Edén. Linneo creyó que hubiera sido con las gigantescas y brillantes del Plátano. Y por eso llamó una de las especies Musa paradisiaca.

En las páginas satinadas y amplias de las hojas del Chagualo —especie de Clusia— aprendían antaño a escribir las doncellas de estas montañas, y de tales se servían para grabar sus billetes amorosos, pues sus padres, escrupulosos y desconfiados no les permitían el uso del papel.

Una planta de nuestros bosques, la Besleria, sanguínea, Pers. tiene las hojas manchadas como de gotas rojas. Los labriegos dicen que es sangre del Redentor que cae, como rocío, la noche del Viernes Santo.

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