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DESDE LA VENTANA

Por: Melisa Ospina
Taller de iniciación a la escritura creativa

Prendió su pequeña radio y escuchó la primera noticia de una serie de sucesos catastróficos que ocurrirían ese mes. La radio emitía la voz de un periodista que, con un tono acelerado, repetía insistentemente: 

—El gobierno ha decretado toque de queda. ¡Por favor, no salgan de sus casas! El país se encuentra en estado de emergencia, estamos en cuarentena. ¡Por favor, no salgan de sus casas!

Mientras escuchaba la noticia, don Mauricio se quedó inmóvil, sosteniendo en sus manos una pesada bandeja de metal, llena de panes que esperaban ser introducidos en un viejo horno. La radio seguía sonando, pero él ya no le prestaba atención. La noticia lo había dejado trastornado. Después de unos segundos volvió en sí, metió la bandeja al horno y se dirigió a la puerta que aún estaba cerrada y que en cuestión de unas horas se abriría para recibir a sus primeros clientes, como lo había hecho de manera ininterrumpida desde hacía muchos años. Sin embargo, por lo que había escuchado, ese día sería la excepción. 

Caminó por el corredor hasta llegar a la entrada. Se asomó por una pequeña ventana que estaba incrustada en el extremo izquierdo de la puerta. Esta era la puerta de un garaje que, al abrirse, dejaba al descubierto el lugar.  Su casa estaba en la parte posterior de la panadería, en la que vivía solo, hacía muchos años. 

Al mirar por la ventana notó que no había nadie. Los pocos negocios a su alrededor estaban cerrados. De todas formas aún estaba muy temprano y no había de qué preocuparse. Se quedó allí, observando con la esperanza de ver pasar a alguien o que alguno de sus vecinos saliera a la puerta; hasta que  lo sobresaltó el olor a pan quemado. Había olvidado por completo sus panes y eso nunca le había sucedido. 

Desde ese día, y los que le siguieron, don Mauricio se quedaba mirando por su pequeña ventana. Al principio el silencio y la soledad eran ensordecedoras. A la semana siguiente vio algunos vecinos sacar la basura de manera apresurada, con el afán de no querer toparse con nadie.  Pero un día fue diferente. Escuchó a un vendedor ambulante, eso le generó un poco de esperanza. Al principio era uno que otro vendedor; con el pasar de los días fueron varios los que se atrevieron a recorrer las calles de la ciudad por la necesidad de vender sus productos; pero como nadie salía a comprarles, después de unas semanas, dejaron de hacerlo. 

Las calles se habían silenciado nuevamente y lo más aterrador estaba por llegar. Don Mauricio, un día de esos tantos en que solo miraba por la ventana, sintió que se le congelaba el cuerpo cuando un carro llegó a la casa de uno de sus vecinos. De él se bajaron unos hombres cubiertos con trajes de plástico que los cubría de pies a cabeza, y con una camilla entraron y sacaron envuelto lo que parecía un cuerpo. 

Las noticias no mencionaban nada relacionado a las visitas diarias que empezaron a ser frecuentes en las casas del barrio. Todos los días iban a una casa diferente y, una a una, las recorrieron todas. Ansioso, en su ventana, esperaba su momento; el momento en que ese carro se detuviera en la puerta de su casa y lo sacaran envuelto en una bolsa de plástico. Pero ese día nunca llegó, por suerte o por desgracia, se habían olvidado de él y sabía que, desde su ventana, se había quedado solo, observando el mundo. 

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